Me sueño a veces a mí misma
recordando cómo era todo
antes de olvidarnos,
las dos,
de que un día me salvaste
viniendo al cole con ropa seca
para limpiar el pis que mojaba la mía.
De que otros muchos días
salvamos al tete del comedor
con unos espectaculares macarrones con atún.
De cómo se ha abierto tu puerta
cada vez que no ha habido clase de inglés.
De noches jugando a las cartas en Oropesa
cuando aún te metías en la piscina con tu bañador
“porque las piernas están para enseñarlas”.
Lástima que solo recuerde entrar cada día a tu casa
con miedo a encontrarte
y que tú no me encontraras a mi.
Que ya no sea yo la que te saque a bailar,
que me mires con esa mezcla de extrañez y cariño
que me mata y que me hunde.
Y que ya no nos salvemos ni tú, ni yo, ni nadie.
Que lo que menos te mereces
es que ahora lea que en 2014 estaba cagada porque ibas a olvidar mi nombre
y ahora sea yo la que no tiene ni idea de que tenía miedo a perder aquel día.
Porque solo recuerdo tus manos nerviosas
buscando unas llaves de casa que ya no tienes.
Y que tenga que explicarte cada día quién soy
y por qué aún me quieres.